La acumulación de la riqueza y el poder lleva a condiciones desfavorables a los trabajadores, pues mina la capacidad de negociación y conduce a los bajos salarios. A su vez, las medidas de austeridad afectan la capacidad adquisitiva de los empleados, limitan las plantas de personal, restringen bienes y servicios, aumentan el ahorro en el gasto público para resolver la crisis, conducen al despojo de los de abajo y al enriquecimiento de los de arriba.
Una de las causas del aumento de la desigualdad ha sido las condiciones para poder trabajar, como es la “falta de experiencia en los jóvenes”; al mismo tiempo, limitaciones para hombres y mujeres “por edad”, las desventajas de tener títulos, pues las empresas “no están en capacidad de responder salarialmente”, además, la informalidad que crece de manera exponencial. Se suele atribuir el desempleo a la tecnología y a la globalización, pero se olvida que la mejora en la tecnología no fija el reparto de los beneficios. Tampoco es atribuir la escasez de trabajo a la globalización, pues se ocultan los aspectos políticos del problema, como es el hecho de importación de productos porque son más baratos, en desventaja de la producción local.
Hay un retroceso que hace que los trabajadores queden indefensos, obligados a un trabajo escaso, sin horas extras que según la legislación no se pagan. Hay que añadir la patraña: los ricos no pagan impuestos, ya que tal medida contribuye al aumento de trabajo. Existen factores que han llevado a las degradaciones de las condiciones del trabajo y, en concreto, ha sido la desaparición del modelo que trajo la flexibilización laboral. El trabajo informal, los contratos a corto plazo, los horarios irregulares, el pago por horas, la disminución del trabajo asalariado. De esta manera, los trabajadores se han vuelto vulnerables, con el riesgo de no tener ingresos y, mucho menos, el derecho a una pensión, salud ni educación.
Perder el trabajo significa el camino a un largo calvario, pero tener un empleo no significa una mejor existencia, dado que el salario mínimo no permite cubrir los costos de las necesidades elementales, como son alimento, vestido y vivienda. Pero la degradación de las condiciones de vida de la mayoría está afectando al sistema. Son muchos los que temen que el crecimiento de la desigualdad, y con ello el empobrecimiento, erosiona y lleva a un malestar que cabe temer que la situación desemboque en envidia, odio y guerra social. Ante esto, se recurre al aumento de la fuerza pública y el ejército en las calles.
Y, se vuelve al mundo feudal, pues los ricos viven en sus “castillos” con vallados, hombres vigilantes, perros electrónicos, servicios de seguridad, visitas a los paraísos fiscales, mientras que los gobiernos con sus decisiones llevan a cabo las “reformas laborales y la legislación fiscal” que impulsan la desigualdad económica.
Fuente: Silvio E. Avendaño (Las dos orillas)